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Articulo

| Antonio Rengifo Balarezo | rengifoantonio@gmail.com

“Camilo Torres Restrepo, el ahora legendario sacerdote y guerrillero colombiano estuvo en la Casona de San Marcos. Colmó el histórico auditorio llamado Salón general. Y fue ovacionado al concluir su conferencia, como un torero luego de una artística faena. . .

Este suceso ocurrió el 02 de julio de 1965 cuando Camilo tenía 36 años de edad y a siete meses de su muerte en combate el 15 de febrero de 1966. Pero, cómo así llegó Camilo a San Marcos?

Yo acababa de regresar de Puno en donde me había desempeñado como supervisor regional del programa universitario de Cooperación Popular. Programa impulsado por el presidente Belaúnde y basado en el desarrollo comunal. En Lima se realizaba el II Congreso bolivariano de desarrollo de la comunidad. Me incorporé a dicho evento y me di cuenta que por Colombia participaba Camilo Torres.

Sabía que era un dirigente carismático y que tenía autoridad como para lograr un consenso entre las agrupaciones políticas dispuestas a acabar con el origen de la pobreza de manera revolucionaria y no únicamente a realizar mejoras sectorialmente. Pero, quería saber más sobre él. La oportunidad se presentó cuando caminaba por uno de los portales de la plaza San Martín ví en el bar Versalles, frecuentado por artistas e intelectuales, a Aníbal Quijano que recientemente había estado en Colombia.

Quijano fue mi profesor del curso de Estratificación social cuando estudiaba en la escuela de sociología de la universidad de San Marcos. Le pedí referencias de Camilo Torres. Me dijo que, efectivamente, Camilio era un dirigente que empezaba a influir en la política; pero, me advirtió: Antonio, no debes olvidar que un cura, siempre es un cura.

A Aníbal Quijano le pedí referencias sobre Camilo por varias razones; pero, sobre todo, porque en América se vivía una efervescencia guerrillera estudiantil; era el efecto de la onda expansiva de la Revolución cubana. Invitar a un sacerdote a dar una conferencia en San Marcos era insólito.

Tenía la idea de invitarlo a San Marcos desde que me informé que a Camilo lo tenía al alcance de mi mano. Cuando finalizó el referido congreso, observé que Camilo estaba en actitud de espera en la salida del edificio del Ministerio de Trabajo. Vencí mi timidez y lo abordé. Me dijo que estaba esperando a Gustavo Gutiérrez para almorzar juntos. Aproveché la espera para invitarlo a dar una conferencia en San Marcos, aceptó inmediatamente. Con el prejuicio que tenemos a los sacerdotes, -como el caso del profesor Quijano-, y sabiendo que Camilo había estudiado sociología en la universidad católica de Lovaina (Bélgica), le propuse un tema académico: el rol del sociólogo en el cambio social. Luego, con todo desparpajo me replicó: ponle a la conferencia el título que tú quieras. Entonces, lo cambié: papel de los estudiantes en las luchas de liberación nacional. Acordamos que le daría el encuentro en el Salón Dorado de palacio de gobierno; puesto que el presidente Belaúnde clausuraría el congreso de desarrollo de la comunidad con una ceremonia protocolar. En eso llegó Gustavo Gutiérrez, sacerdote y renombrado intelectual, futuro autor de la Teología de la Liberación; aporte peruano al pensamiento universal.

Ambos se percataron del desfile de las limosines alrededor del palacete de la Nunciatura apostólica en donde flameaba la bandera del Vaticano. Era el día de San Pedro y San Pablo, día del Papa, 29 de junio. Dijeron: esa no es la iglesia de Cristo. Me invitaron a almorzar y partimos.

Bajamos en la esquina de los jirones Camaná con Moquegua, en la parroquia en donde vive Gustavo Gutiérrez. Nos dirigimos al costado de la iglesia en el Jr. Moquegua a un restaurante. Yo me excusé y los dejé conversando.

Ahora, ¿cómo organizar la conferencia en tan corto tiempo?. ¿Quien la auspiciaría? Aunque había egresado de San Marcos, mantenía vínculos con los estudiantes de la escuela de sociología y con los del Frente de Estudiantes Revolucionario (FER) de la Facultad de Letras. Me acordé de dos amigos y brillantes alumnos de sociología: Sinesio López, presidente del Centro de estudiantes de sociología y Ernesto Choy Mendoza, secretario general. Ellos se movilizaron y el Centro de Estudiantes de Sociología, auspició la conferencia de Camilo Torres.

Un simple pizarrón en el portón de la casona, frente al Parque Universitario, anunciando la conferencia, fue suficiente para colmar las instalaciones del Salón General. Había una gran expectativa. Para muchos era un desconocido, un misterio. No les cabía en su pensamiento que un sacerdote fuese un revolucionario; tal como lo han sido algunos sacerdotes en la Historia…

Fui al encuentro de Camilo al salón dorado del Palacio de Gobierno. Estaban en plena ceremonia. Apenas me vio, me dijo: menos mal que has venido temprano para sacarme de este lugar que no es de mi agrado. Fuimos a pie hasta la Casona de San Marcos.

En el trayecto fui observando a Camilo. Vestía terno negro. Lo recuerdo de pelo negro ondulado, tendría 1.80 m. de estatura; la cabeza y los hombros equilibrados con las caderas; la cabeza erguida y la barbilla recogida; pero con cierta prominencia. El abdomen plano, y las curvas de la columna normales. La línea de gravedad de su cuerpo corresponde a la de su origen de clase.

Al entrar Camilo hubo un silencio expectante que presagiaba un enfrentamiento. Habían concurrido estudiantes del FER, con el prejuicio consabido hacia los sacerdotes, un buen número de mujeres y tres sacerdotes norteamericanos de la orden Maryknoll, no se cómo habían sido informados.

Camilo reunía todas las condiciones de un orador. Llegaba a la razón y al corazón de sus oyentes. Explicó el origen de la pobreza apelando a los estudios de Carlos Marx y expuso los caminos para lograr la justicia social. Los que vinieron a enfrentarlo, terminaron ovacionándolo. Al día siguiente partió hacia Bogotá. Luego iría a Santander a incorporarse al Ejército de Liberación Nacional.

A los pocos meses enciendo la radio y me doy de bruces con la noticia: Camilo Torres ha muerto en combate. Acababa de casarme y estaba próximo a ser padre estaba muy sensible, mis ojos se enrojecieron. Ahora, luego de cincuenta años, la guerrilla continúa combatiendo…

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